viernes, 28 de septiembre de 2018

DARÍO EL RUISEÑOR


Sobre la campana, allí estaba Darío. Otra vez solitario, luego de escuchar las doce campanadas que daban por terminado el tiempo establecido. Y él estaba nuevamente allí, a pesar del frío intenso con  su objetivo cumplido. Taciturno, meditabundo, pensativo. Con la cabeza mirando al infinito, casi inmóvil y con los ojos fijos,  Darío, era, es y será el ruiseñor más bello en el mundo conocido. 

Aquella tarde él regresó de un largo vuelo, extenuado, cansado de volar y volar por los prados casi cerca del suelo buscando las semillas que debía guardar. Darío era bueno, hasta hallarlas todas no podía descansar, y ese día ni ningún otro debía fallar. ¿Dónde se habrían escondido las semillas tan rápido que no las podía como otros día tan fácilmente encontrar? Darío buscaba, buscaba sin cesar, y una a una empezó a juntar sin perder la esperanza que tenían que estar todas en el nido como le enseñó mamá. Con mucho trabajo y con sus doce semillas, se puso a cantar tan alto tan fuerte y tan triste que me puse a llorar porque el pobre Darío entendió que moría poco a poco ese prado que  con mucho esfuerzo lucharon ellos por conservar, solo porque hay hombres que prefieren ganar riquezas a costa de su bello hogar. Un árbol quedaba y él sabía ya que pronto nada iba a quedar, guardó las semillas y empezó a pensar a donde iba a viajar llevando las últimas semillas que pudo juntar. Cuando escuches doce campanadas en cualquier lugar, recuerda a Darío y recuerda sembrar...

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Derechos reservados
Autora: Ketty Maritza Gómez Alarcón
Lima, Perú.

TOTI LA TORTUGA


Toti la tortuga, era una tortuga, una sin igual. Le gustaba dar paseos largos a cualquier lugar. Cuando caminaba le gustaba contar: Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez...y así sucesivamente al derecho y al revés. De todos los lugares a donde quería llegar, su destino favorito era el mar, el grande, extenso, amplio, tremendo mar. Allí se sentaba a mirar por horas su inmensidad y antes de irse, de su pequeño morral sacaba un diario y escribía ¿no sé qué?, cada vez que iba.  A Toti la tortuga le gustaba pasear, no llevaba prisa solo quería disfrutar, observar, escuchar, sentir que estaba viva y que podía respirar sin cesar. Toti estaba hecha de sueños sin par, de arena colorida, de letras infinitas  y de dicha y de paz. A Toti la tortuga le gustaba soñar en un mundo de antojos, de risas y más. Toti la tortuga reía sin parar y su alegre risita te podía contagiar. Toti la tortuga, era una tortuga, una sin igual.  Ella solo quería para ella y para todos amor, amor y paz. Toti la tortuga me enseñó a amar...

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