Sobre la campana, allí estaba Darío. Otra vez solitario, luego de escuchar las doce campanadas que daban por terminado el tiempo establecido. Y él estaba nuevamente allí, a pesar del frío intenso con su objetivo cumplido. Taciturno, meditabundo, pensativo. Con la cabeza mirando al infinito, casi inmóvil y con los ojos fijos, Darío, era, es y será el ruiseñor más bello en el mundo conocido.
Aquella tarde él regresó de un largo vuelo, extenuado, cansado de volar y volar por los prados casi cerca del suelo buscando las semillas que debía guardar. Darío era bueno, hasta hallarlas todas no podía descansar, y ese día ni ningún otro debía fallar. ¿Dónde se habrían escondido las semillas tan rápido que no las podía como otros día tan fácilmente encontrar? Darío buscaba, buscaba sin cesar, y una a una empezó a juntar sin perder la esperanza que tenían que estar todas en el nido como le enseñó mamá. Con mucho trabajo y con sus doce semillas, se puso a cantar tan alto tan fuerte y tan triste que me puse a llorar porque el pobre Darío entendió que moría poco a poco ese prado que con mucho esfuerzo lucharon ellos por conservar, solo porque hay hombres que prefieren ganar riquezas a costa de su bello hogar. Un árbol quedaba y él sabía ya que pronto nada iba a quedar, guardó las semillas y empezó a pensar a donde iba a viajar llevando las últimas semillas que pudo juntar. Cuando escuches doce campanadas en cualquier lugar, recuerda a Darío y recuerda sembrar...
#CUENTOSPARANIÑOS
#CUENTOSDEAVES
#CUENTOSECOLOGICOS
Derechos reservados
Autora: Ketty Maritza Gómez Alarcón
Lima, Perú.
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