martes, 13 de octubre de 2020

GIA LA NIÑA DE PAPEL



GIA "LA NIÑA DE PAPEL"

"La vida, tiene el color que tú le des, acuérdate de escoger bien los colores" Anónimo.

A Gía le gustaba vestirse de colores: de cielos, de arcoiris, de prados, de bosques, de glaciares, de mares, de playas, de montes, de flores, de piedras preciosas, de sombras, de sierra y de constelaciones. Nadie sabía  mucho de ella, pero  Gía era especial, ella conocía el secreto de la luna, del sol y de cada estrella incluso de aquellas fugaces, de cada grano de arena, de cada gota de mar y de la brisa mañanera; amaba la delicadeza y también la intensidad de las cosas, era impredecible y certera a la hora de amar a todos los seres del planeta. Cuando estaba de fiesta se vestía de risa y olía a tierra besada por la lluvia de la selva de donde provenía. Su sangre turquesa corría cual torrentoso Amazonas en sus fuertes venas.

Gía era hermosa, sus labios tenían el rojo carmesí de las rosas, su piel de papel era suave y cambiaba de color con cada latido de su corazón, tenía el cabello tan largo como la cabellera de una catarata azul turquesa, sus ojos brillaban de amor. 

Gía era de papel y podía pintarse de la cabeza a los pies, de manera diferente en cada amanecer... le gustaban también los  tonos diversos del invierno, del otoño, del verano y de la primavera. 

Cuentan mis abuelos que un día, Gía, quiso vestirse de todos los colores a la vez, y se propuso viajar por todo el mundo para obtenerlos todos, para eso cortó cuidadosamente cada uno de sus vestidos que también eran de papel y construyó un globo aerostático enorme para viajar cómodamente por todos los países de los cuales iba a tomar en cada uno un color para su gran paleta mágica. ¡Gía se emocionaba, estaba tan feliz!  

Cuando le tocó partir, sus amigos le entregaron una cajita de su color favorito. ¿Adivinan cuál es?, no se preocupen, lo descubrirán. La cajita era hermosa, tenía en la tapa el sello de la luna, resguardada por diminutas estrellas que la iluminaban en la oscuridad, además de servir para guardar la esencia de todas las cosas que viera, le serviría también de lámpara cuando lo necesitase. Era mágica también y estaba cubierta de papel de seda tornasol. 

Gía, conoció casi todos los países, en cada uno de ellos dejaba una ofrenda: un barquito de papel, un avión, una flor, una estrella y luego tomaba el color que ella quería. Casi su paleta estaba llena cuando decidió descansar en Venecia luego de mirar desde el cielo a las traviesas góndolas vienesas que mecían su mirada al compás de un tierno blues, entonces abrazó su deseo y soñó que era de colores y de arena... 

Cuando despertó Venecia ya no estaba, y su globo se bamboleaba feroz encima de un desierto abrasador, se frotó los ojos y ya no quiso llorar porque estaba a punto de hacerlo (cuando ella lloraba, la lluvia también solía hacerlo) cuando vio el hermoso el dorado de las dunas que quiso tomar y no encontró su paleta. Le entró una gran desesperación y cambiaron de color sus mejillas, ya no eran  rosas intensas, palidecieron y tomaron el gris de unas sombras. Su viejo reloj tampoco estaba, no tenía brújula ahora y pensaba y pensaba. ¿Qué pasó? ¿Qué ocurrió? ¿Qué cambió? No había explicación, ¿tantas horas durmió? ¿quién cortó la soga que ella había amarrado a un puente si ya era de noche y todos dormían? Trato de recordar lo que había visto antes de quedarse dormida. No halló la razón. Hasta que un cactus llorón le contó que la noche le avisó, que sorprendida por tanta luz en Venecia lanzó un rayo que cortó la soga de trenzas, hecha de sus propios cabellos, de un globo de colores que resplandecía a lo lejos unida a un puente hacía unas horas. Gía quiso volver a  aquel lugar, pero recordó que debía avanzar y regresar a su hogar y permitió que su tristeza honda la hiciera llorar, lloró, lloró tanto que la lluvia ya no la acompañó esa vez, pues no era necesaria, ella sola regaría con sus lágrimas aquel desierto gigante. Cuando por fin dejó de hacerlo, el desierto se había convertido en un oasis precioso rodeado de un gran jardín con flores de todos los colores. Su corazón no pudo más y floreció en sus labios la sonrisa más bella que jamás se había visto, fue entonces cuando las más hermosas auroras boreales pasaron a saludarla y entonces se despidió de sus cuitas para emprender otra vez su viaje. Caminó por horas en el interior de su globo mientra este se internaba en el bosque y fue así que nuevamente el sueño la abrazó y despertó en unos meses en una playa rodeada de bellas caracolas, abrió sus grandes ojos y a lo lejos vio incrédula  que las olas traía la mágica paleta con todos los colores del planeta, era maravillosa, realmente hermosísima y volvía a sus manos con su nombre grabado: Gía "La niña de papel", en azules turquesas. <3      


Para Angie: "De espíritu indígena, inviernos, azulturquesas y especias bonitas. Con los pies bajo la lluvia."

Derechos reservados
Ketty Maritza Gómez Alarcón
Peruana

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