jueves, 11 de octubre de 2018

VALENTÍN EL PANDITA VALIENTE

Valentín sufría. La noche era fría y húmeda. Mientras dormía al lado de su madre Valentín oyó un ruido feroz que Avanda no oyó de lo exhausta que estaba. El camino, al bosque de miel era tortuoso pero había valido la pena, su pequeño oso disfrutó tanto aquel delicioso postre que ella consiguió con tanto esfuerzo que olvidó sus patas llena de espinos y de sangrantes llagas. Avanda en busca de su objetivo había cruzado el cementerio de los puerco espines sagrados y por allí casi todo estaba cubierto de púas que cada visitante dejaba en memoria de sus seres queridos.
Valentín no podía dormir, estaba acostado abrazado a su mamá con los ojos lagrimosos, él se había dando cuenta de aquellas heridas que su madre le había ocultado cuando llegó. Pero ahora que yacía dormida, inmóvil, a lo largo de la cama de rojo bambú que un día su padre había construido para él. Su padre estaba muerto. Había muerto hace mucho y ya el casi no se acordaba de él, si no era por esa cama en la que se acurrucaba a mamá todas las noches cuando le contaba uno, dos y hasta tres cuentos antes de dormir, se podía ver unas cuantas gotas que caían de sus grandes y poderosas patas.  Las luces estaban apagadas, pero un hilillo de luz que entraba por unas grietas en el techo de su cueva alumbraba la sangre que goteaba. Los grillos cantaban, croaban las ranas y la luna estaba llena, como llena su pancita de tanta miel. Había visto también las manchas de sangre en la entrada a su hogar cuando salió a recibirla en la tarde y no podía dormir pensando en el dolor que le causaba. Suspiraba pensando que él un día se haría muy grande y un día le traería a su amorosa madre las más ricas meriendas que compartirían viendo en su gran cueva sus cortos favoritos en internet. Valentín amaba mucho a su mamá, Avanda amaba mucho a su hijo, eran los dos pandas más felices cuando se abrazaban y llenaba de besos. Más que madre e hijo Avanda y Valentín eran como dos hermanos, dos locos juguetones y traviesos que disfrutaban de la brisa, del sol, del río, de la lluvia, incluso del viento. Su juego favorito era el ajedrez, se pasaban horas y horas los domingos acostados en la hierba con su juego de ajedrez tallado de madera hermosamente. El era muy diestro en el juego, había aprendido de su mamá y su madre de su abuelo, por generaciones el ajedrez había sido el predilecto de todos sus antepasados. La reina era valiente, las torres de su reino era imponentes, los caballos ágiles, rápidos los alfiles y los peones fieles y diestros también, el rey, era muy sabio y estaba en peligro, por eso, defenderlo era la consigna mientras él gobernaba para todos ellos con honor.
Pensaba también en su padre, lo imaginaba como el rey de madera que tanto le gustaba, él también se imaginaba un día, Rey. Su madre la valiente reina, y por lo pronto él uno de los caballos más ágiles de toda la tierra. Le gustaba a él saltar y correr. La noche avanzaba y el sueño lo venció luego de imaginar una partida ganada. Con el canto de un búho nuevamente se despertó antes del amanecer. Su madre deliraba:  ¡Cuidado! ¡Valentín!  ¡No vayas! y dos lágrimas gruesas brillaban en la oscura noche dentro de la cueva como dos luciérnagas. Amaneció y los rayos del sol entraron a la cueva y eran tan intensos que quemaron unas hojas secas cerca del viejo fogón. Una chispa voló hasta las pajas de la cama donde aun dormían abrazadísimos la Mamá osa y su hijo, el olor a quemado los despertó y asustados empezaron a golpear con las frazadas las pajas chamuscadas, el fuego tragó mucha paja. Valentín dio un saltó y ya estaba en la puerta cuando le dijo que iría al río a traer agua, Avanda luchaba con el fuego que ya había desaparecido la cama de bambú que Orlando El Gran Panda había construído con sus propias patas y con tanto amor para su familia. El fuego avanzaba y Valentín demoraba, pero estaba a salvo, Avanda dio un vistazo a toda la cueva, había mucho humo, nadie cerca, la gran osa se despidió de su hogar y corrió hacia el río, Valentín estaba agarrado de un trondo en medio del torrente y su madre rugió con todo su poder. Nadie la escuchó, cuando el gran Panda murió ellos se fueron a construir su hogar muy lejos, solo llevaron la cama de bambú, nadie podría ayudarlos. Por más que intentó acercase a su hijo, no podía hacerlo tanto porque su peso podría empujar el tronco que aun lo sostenía. Valentín se sostenía muy fuerte, tenía miedo pero miraba  a su mamá y lloraba, y se aferraba a ese tronco, su corazón gritaba, él tenía que vivir, tenía que crecer para cumplir sus sueños, el agua corría  estrepitosamente y ambos se miraban, habían momentos en los que parecían despedirse entre lágrimas solo con sus miradas. Pero Mamá Panda no iba a permitir que Valentín fuera arrastrado por la corriente, en un acto de desesperación se amarró en todo el cuerpo unas lianas que encontró y estirando sus manos que cojían dos ramas gruesas se tumbó sobre el río casi hasta alcanzar al tronco. El Pandita con un gran suspiro cogió las ramas jaló las puntas de las lianas sueltas que estaban amarradas a su madre y se arrastró hacia la espalda de ella, que hizo de puente para su hijo. La madre no podía ponerse en pie, tendida sobre el río soportaba piedras y ramas y la misma corriente que parecía gritarle por haberle arrebatado a su "presa". Pero Avanda era feliz, sabiendo que Valentín estaba a salvo. SIn embargo su pequeña panda estaba preocupado, ¿Cuanto tiempo más mamá panda podría soportarlo todo? Se armó de valor y le dijo que iría en búsqueda de su tío Yuro el Oso de anteojos que vivía pasando el cementerio de los puerco espines. La madre oyó aterrorizada y una de sus patas empezó a sangrar premonitoriamente porque sabía cuan peligroso era aquel lugar. Pero Valentín no iba a dejar que su madre muriera, así que se sintió el caballo de ajedrez y corrió velóz con sus patitas cortas y rechonchas y cuando llegó al cementerio era de ya de noche y cruzó, sintió las espinas y creyó que cada punzada era el dolor de saber a su madre en el lecho del río tendida soportando los golpes de las piedras que sacudía el río, apresuró sus pasos y llegó al gran Monte Claro, allí tumbado con una ramita en su hocico estaba Yuro, su tío y cuando llegó lo abrazó como hubiese abrazado a su padre si estuviera con él, rápidamente le contó lo sucedido y ahora subido en su lomo iban camino al río, la sangre de Valentín cubría el lomo de Yuroy el pensó que era sudor y siguieron avanzando.   Las patas del gran oso marrón era fuertes y no lo hincaban las púas tiradas cuando cruzaron el cementerio, además tenía prisa, Avanda fue como una madre para él cuando su madre murió por alguna bala de un cazador. El apenas era adolescente pero la recordaba con cariño. Llegaron y Avanda parecía dormida, agarrada con una sola pata ahora de las lianas que cuidadosamente Valentín había sujetado a un gran árbol de pinto a la orilla del río. Bramó Yurooooooooo y tembló todo el bosque. Con un solo jalón sacó a Avanda del Río y la abrazo mientras Valentín se abraza a los dos. El río había sido vencido por el amor.

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