Eduardo, era un guepardo hermosísimo, el más veloz de todos los guepardos de la sabana. Sus amigos lo querían y lo respetaban muchísimo. A pesar de que sabían que siempre ganaba las carreras les gustaba correr y competir con él, porque él no se jactaba de su talento sino que les mostraba con el ejemplo que para lograr su objetivo hacía lo que más le gustaba, correr.
El disfrutaba correr, que el viento lo acariciara y lo alentara a vencer.
Eduardo, el guepardo era feliz desafiándose a sí mismo, corriendo y venciéndose a sí mismo en velocidad y sus amigos eran felices con él, disfrutaban verlo en las carreras y también verlo ganar porque lo merecía. Pero había algo que Eduardo el guepardo no sabía hacer y solo él lo sabía. Un día mientras competía en una de las carreras, Eduardo cayó estrepitosamente y todos se quedaron inmóviles ante ese suceso, todos se quedaron en silencio y Eduardo solo miró alrededor e hizo una mueca de dolor pero se levantó, cojeando avanzó, avanzó hasta la meta. Todos "despertaron" de pronto y continuaron la carrera. Lita, la Chita, llegó ese día en primer lugar a la meta, seguida de Leonardo el otro guepardo más veloz de la sabana y juntos esperaron a su compañero de carreras muy apesadumbrados por el episodio. Ni una lágrima había asomado a Eduardo, tenía clavada en la pata una espina del tamaño de un lápiz nuevo, se notaba en su cara el dolor más grande, pero no lloró. Se despidió de todos levantando la pata con la espina clavada y se fue a su guarida. Su mamá lo recibió y se puso a llorar al verlo sangrar profusamente, era una herida enorme pues se clavó casi al empezar la carrera pero a pesar del dolor que ya sintío avanzó, hasta que no pudo, la espina había llegado a una vena. Eduardo miró a su mamá con gran pena, (No se lo dijo, pero pensó: ¿Ahora quién iba a cazar para ellos si mamá después que cayó a un trampa perdió una de sus patas? y gimió abrazando a su madre hasta que se quedó dormido escuchando de cerca sus latidos. Amaba esos latidos, los conocía desde antes de nacer. Así avanzaron los siete días de una semana, Eduardo no salió en esos días. Cómo eran tan generosos y buenos, él y su madre, sus amigos se pusieron e acuerdo con sus madres luego de contarles acerca de lo sucedido y todos llevaban turnándose parte de lo que cazaban diariamente. Esa semana fue muy triste para él, no podía correr, no podía ayudar a mamá y no podía ver a Lita, la chita que le gustaba. Eduardo quería llorar, pero no podía, se desesperaba escondido en su cuarto y sufría. Desde muy pequeño le habían dicho que los machos no lloran y él no lo hacía aunque quería llorar muchas veces, había pasado ya a su corta edad muchos episodios muy tristes en su vida, aunque a pesar de todo siempre era muy optimista y salía adelante con su gran mamá. Ahora quería llorar de impotencia porque no podía ayudarla. Pero Tita y Eduardo habían sembrado tanto amor en su sabana que recibieron la generosa y merecida ayuda de su manada, sin embargo Eduardo ahora respiraba tristeza. Sus lágrimas se habían cansado de esperar que las dejen salir por sus ojos. Algunas de ellas se escapaban a través de su piel como sudor durante sus carreras pero ahora no corría, solo sufría. Un día escuchó a Lita gritar y no aguantó más, olvidó su dolor, se quitó la venda de la pata y corrió y corrió, hasta que la encontró tirada y sangrando como su mamá un día, no sabía que hacer y solo rugió y rugió sin parar, quería llorar y otra vez no pudo, hasta que el gran Medardo llegó y al ver a su hija, dio un rugido feroz y lloró, tristísimo y desconsolado. Eduardo al ver la desgarradora escena, al ver que el padre de Lita lloraba amargamente por verla así, en un acto de valentía Eduardo por fin dejó escapar a sus lágrimas, gracias a Medardo y se abalanzó sobre la trampa que aprisionaba a Lita y con sus hocico tras muchas trompadas logró debilitarla y ella salió por fin, adolorida pero feliz, se abrazaron los tres guepardos y lloraron de felicidad. regresaron Regresaron a sus guaridas con la cara lavada por lágrimas de amor. Otra semana pasó. Lita se curó y Eduardo también. Ahora ya ambos podían correr y Eduardo ahora ya podía llorar cuando fuese necesario, en la tristeza, en la enfermedad y también de felicidad. <3
El disfrutaba correr, que el viento lo acariciara y lo alentara a vencer.
Eduardo, el guepardo era feliz desafiándose a sí mismo, corriendo y venciéndose a sí mismo en velocidad y sus amigos eran felices con él, disfrutaban verlo en las carreras y también verlo ganar porque lo merecía. Pero había algo que Eduardo el guepardo no sabía hacer y solo él lo sabía. Un día mientras competía en una de las carreras, Eduardo cayó estrepitosamente y todos se quedaron inmóviles ante ese suceso, todos se quedaron en silencio y Eduardo solo miró alrededor e hizo una mueca de dolor pero se levantó, cojeando avanzó, avanzó hasta la meta. Todos "despertaron" de pronto y continuaron la carrera. Lita, la Chita, llegó ese día en primer lugar a la meta, seguida de Leonardo el otro guepardo más veloz de la sabana y juntos esperaron a su compañero de carreras muy apesadumbrados por el episodio. Ni una lágrima había asomado a Eduardo, tenía clavada en la pata una espina del tamaño de un lápiz nuevo, se notaba en su cara el dolor más grande, pero no lloró. Se despidió de todos levantando la pata con la espina clavada y se fue a su guarida. Su mamá lo recibió y se puso a llorar al verlo sangrar profusamente, era una herida enorme pues se clavó casi al empezar la carrera pero a pesar del dolor que ya sintío avanzó, hasta que no pudo, la espina había llegado a una vena. Eduardo miró a su mamá con gran pena, (No se lo dijo, pero pensó: ¿Ahora quién iba a cazar para ellos si mamá después que cayó a un trampa perdió una de sus patas? y gimió abrazando a su madre hasta que se quedó dormido escuchando de cerca sus latidos. Amaba esos latidos, los conocía desde antes de nacer. Así avanzaron los siete días de una semana, Eduardo no salió en esos días. Cómo eran tan generosos y buenos, él y su madre, sus amigos se pusieron e acuerdo con sus madres luego de contarles acerca de lo sucedido y todos llevaban turnándose parte de lo que cazaban diariamente. Esa semana fue muy triste para él, no podía correr, no podía ayudar a mamá y no podía ver a Lita, la chita que le gustaba. Eduardo quería llorar, pero no podía, se desesperaba escondido en su cuarto y sufría. Desde muy pequeño le habían dicho que los machos no lloran y él no lo hacía aunque quería llorar muchas veces, había pasado ya a su corta edad muchos episodios muy tristes en su vida, aunque a pesar de todo siempre era muy optimista y salía adelante con su gran mamá. Ahora quería llorar de impotencia porque no podía ayudarla. Pero Tita y Eduardo habían sembrado tanto amor en su sabana que recibieron la generosa y merecida ayuda de su manada, sin embargo Eduardo ahora respiraba tristeza. Sus lágrimas se habían cansado de esperar que las dejen salir por sus ojos. Algunas de ellas se escapaban a través de su piel como sudor durante sus carreras pero ahora no corría, solo sufría. Un día escuchó a Lita gritar y no aguantó más, olvidó su dolor, se quitó la venda de la pata y corrió y corrió, hasta que la encontró tirada y sangrando como su mamá un día, no sabía que hacer y solo rugió y rugió sin parar, quería llorar y otra vez no pudo, hasta que el gran Medardo llegó y al ver a su hija, dio un rugido feroz y lloró, tristísimo y desconsolado. Eduardo al ver la desgarradora escena, al ver que el padre de Lita lloraba amargamente por verla así, en un acto de valentía Eduardo por fin dejó escapar a sus lágrimas, gracias a Medardo y se abalanzó sobre la trampa que aprisionaba a Lita y con sus hocico tras muchas trompadas logró debilitarla y ella salió por fin, adolorida pero feliz, se abrazaron los tres guepardos y lloraron de felicidad. regresaron Regresaron a sus guaridas con la cara lavada por lágrimas de amor. Otra semana pasó. Lita se curó y Eduardo también. Ahora ya ambos podían correr y Eduardo ahora ya podía llorar cuando fuese necesario, en la tristeza, en la enfermedad y también de felicidad. <3
Derechos reservados: Ketty Maritza Gómez Alarcón
Lima, Perú.
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