jueves, 11 de octubre de 2018

VALENTÍN EL PANDITA VALIENTE

Valentín sufría. La noche era fría y húmeda. Mientras dormía al lado de su madre Valentín oyó un ruido feroz que Avanda no oyó de lo exhausta que estaba. El camino, al bosque de miel era tortuoso pero había valido la pena, su pequeño oso disfrutó tanto aquel delicioso postre que ella consiguió con tanto esfuerzo que olvidó sus patas llena de espinos y de sangrantes llagas. Avanda en busca de su objetivo había cruzado el cementerio de los puerco espines sagrados y por allí casi todo estaba cubierto de púas que cada visitante dejaba en memoria de sus seres queridos.
Valentín no podía dormir, estaba acostado abrazado a su mamá con los ojos lagrimosos, él se había dando cuenta de aquellas heridas que su madre le había ocultado cuando llegó. Pero ahora que yacía dormida, inmóvil, a lo largo de la cama de rojo bambú que un día su padre había construido para él. Su padre estaba muerto. Había muerto hace mucho y ya el casi no se acordaba de él, si no era por esa cama en la que se acurrucaba a mamá todas las noches cuando le contaba uno, dos y hasta tres cuentos antes de dormir, se podía ver unas cuantas gotas que caían de sus grandes y poderosas patas.  Las luces estaban apagadas, pero un hilillo de luz que entraba por unas grietas en el techo de su cueva alumbraba la sangre que goteaba. Los grillos cantaban, croaban las ranas y la luna estaba llena, como llena su pancita de tanta miel. Había visto también las manchas de sangre en la entrada a su hogar cuando salió a recibirla en la tarde y no podía dormir pensando en el dolor que le causaba. Suspiraba pensando que él un día se haría muy grande y un día le traería a su amorosa madre las más ricas meriendas que compartirían viendo en su gran cueva sus cortos favoritos en internet. Valentín amaba mucho a su mamá, Avanda amaba mucho a su hijo, eran los dos pandas más felices cuando se abrazaban y llenaba de besos. Más que madre e hijo Avanda y Valentín eran como dos hermanos, dos locos juguetones y traviesos que disfrutaban de la brisa, del sol, del río, de la lluvia, incluso del viento. Su juego favorito era el ajedrez, se pasaban horas y horas los domingos acostados en la hierba con su juego de ajedrez tallado de madera hermosamente. El era muy diestro en el juego, había aprendido de su mamá y su madre de su abuelo, por generaciones el ajedrez había sido el predilecto de todos sus antepasados. La reina era valiente, las torres de su reino era imponentes, los caballos ágiles, rápidos los alfiles y los peones fieles y diestros también, el rey, era muy sabio y estaba en peligro, por eso, defenderlo era la consigna mientras él gobernaba para todos ellos con honor.
Pensaba también en su padre, lo imaginaba como el rey de madera que tanto le gustaba, él también se imaginaba un día, Rey. Su madre la valiente reina, y por lo pronto él uno de los caballos más ágiles de toda la tierra. Le gustaba a él saltar y correr. La noche avanzaba y el sueño lo venció luego de imaginar una partida ganada. Con el canto de un búho nuevamente se despertó antes del amanecer. Su madre deliraba:  ¡Cuidado! ¡Valentín!  ¡No vayas! y dos lágrimas gruesas brillaban en la oscura noche dentro de la cueva como dos luciérnagas. Amaneció y los rayos del sol entraron a la cueva y eran tan intensos que quemaron unas hojas secas cerca del viejo fogón. Una chispa voló hasta las pajas de la cama donde aun dormían abrazadísimos la Mamá osa y su hijo, el olor a quemado los despertó y asustados empezaron a golpear con las frazadas las pajas chamuscadas, el fuego tragó mucha paja. Valentín dio un saltó y ya estaba en la puerta cuando le dijo que iría al río a traer agua, Avanda luchaba con el fuego que ya había desaparecido la cama de bambú que Orlando El Gran Panda había construído con sus propias patas y con tanto amor para su familia. El fuego avanzaba y Valentín demoraba, pero estaba a salvo, Avanda dio un vistazo a toda la cueva, había mucho humo, nadie cerca, la gran osa se despidió de su hogar y corrió hacia el río, Valentín estaba agarrado de un trondo en medio del torrente y su madre rugió con todo su poder. Nadie la escuchó, cuando el gran Panda murió ellos se fueron a construir su hogar muy lejos, solo llevaron la cama de bambú, nadie podría ayudarlos. Por más que intentó acercase a su hijo, no podía hacerlo tanto porque su peso podría empujar el tronco que aun lo sostenía. Valentín se sostenía muy fuerte, tenía miedo pero miraba  a su mamá y lloraba, y se aferraba a ese tronco, su corazón gritaba, él tenía que vivir, tenía que crecer para cumplir sus sueños, el agua corría  estrepitosamente y ambos se miraban, habían momentos en los que parecían despedirse entre lágrimas solo con sus miradas. Pero Mamá Panda no iba a permitir que Valentín fuera arrastrado por la corriente, en un acto de desesperación se amarró en todo el cuerpo unas lianas que encontró y estirando sus manos que cojían dos ramas gruesas se tumbó sobre el río casi hasta alcanzar al tronco. El Pandita con un gran suspiro cogió las ramas jaló las puntas de las lianas sueltas que estaban amarradas a su madre y se arrastró hacia la espalda de ella, que hizo de puente para su hijo. La madre no podía ponerse en pie, tendida sobre el río soportaba piedras y ramas y la misma corriente que parecía gritarle por haberle arrebatado a su "presa". Pero Avanda era feliz, sabiendo que Valentín estaba a salvo. SIn embargo su pequeña panda estaba preocupado, ¿Cuanto tiempo más mamá panda podría soportarlo todo? Se armó de valor y le dijo que iría en búsqueda de su tío Yuro el Oso de anteojos que vivía pasando el cementerio de los puerco espines. La madre oyó aterrorizada y una de sus patas empezó a sangrar premonitoriamente porque sabía cuan peligroso era aquel lugar. Pero Valentín no iba a dejar que su madre muriera, así que se sintió el caballo de ajedrez y corrió velóz con sus patitas cortas y rechonchas y cuando llegó al cementerio era de ya de noche y cruzó, sintió las espinas y creyó que cada punzada era el dolor de saber a su madre en el lecho del río tendida soportando los golpes de las piedras que sacudía el río, apresuró sus pasos y llegó al gran Monte Claro, allí tumbado con una ramita en su hocico estaba Yuro, su tío y cuando llegó lo abrazó como hubiese abrazado a su padre si estuviera con él, rápidamente le contó lo sucedido y ahora subido en su lomo iban camino al río, la sangre de Valentín cubría el lomo de Yuroy el pensó que era sudor y siguieron avanzando.   Las patas del gran oso marrón era fuertes y no lo hincaban las púas tiradas cuando cruzaron el cementerio, además tenía prisa, Avanda fue como una madre para él cuando su madre murió por alguna bala de un cazador. El apenas era adolescente pero la recordaba con cariño. Llegaron y Avanda parecía dormida, agarrada con una sola pata ahora de las lianas que cuidadosamente Valentín había sujetado a un gran árbol de pinto a la orilla del río. Bramó Yurooooooooo y tembló todo el bosque. Con un solo jalón sacó a Avanda del Río y la abrazo mientras Valentín se abraza a los dos. El río había sido vencido por el amor.

miércoles, 10 de octubre de 2018

PERDIDOS EN EL BOSQUE

PERDIDOS EN EL BOSQUE

Personajes:
Un conejo Stoking 
Un niño Borry 
Una niña Deisy
Cementerio los naúfragos 
Un duende Sblaudick
Un brujo Sbrot
Una bruja Shack
Un fantasma Blobin
Un niño Drácula Devis
Una madre Maritza
Un padre Lázaro
El gato Maullido
EL conejo Sblaus

Un día Borry y Deisy jugaban su juego favorito hasta que sus padres Maritza y Lázaro les dijeron que iban a salir y que podían jugar en el bosque pero que no se alejaran mucho. Una hora después sus padres ya se habían ido y como ellos se aburrieron decidieron salir al bosque y entonces pasó lo inesperado: ¡Se habían perdido en el bosque! Así que decidieron ir por algunas partes hasta que vieron que un arbusto se movió. ¡Ellos gritaron y se abrazaron y se mordían las uñas!  Y vieron luego un conejo y él les dijo que se llamaba Stoking, los niños le dijeron que se habían perdido entonces el conejo Sblaús apareció y él sabía donde ir. Entonces los dos niños y los dos conejitos dijeron alto y fuerte ¡Manitas y patitas a la obra! y entonces se pusieron a caminar y llegaron a la casa de una bruja llamada Shack y llamaron a la puerta y cuando entraron la bruja les dijo que se sienten en una silla cerca de un calderón pero en esa mismísima silla había una trampa y entonces la bruja jaló una palanca y todos los que estaban sentados en la silla se fueron para arriba con la cuerda y la bruja estaba manejando unos controles y estaba haciendo que los niños se metieran en el calderón pero justo cuando iban a entrar el esposo de la bruja, llamado Sbrot la llamó para cenar y entonces Borry, Deisy, Sblaús y Stocking vieron a un gato que se llamaba Maullido y el gato les dijo que si le daban un trozo de mantequilla les iba a decir como salir de allí. Primero como estaban en la cuerda, debían balancearse y mientras se balanceaban agarrar unas tijeras y un colchón que estaba cerca y entonces el gato maullido les dijo que pongan el colchón en el caldero y allí con las tijeras corten la cuerda y salieran, pero antes  los niños le habían dado al gato maullido el trozo de mantequilla y entonces salieron y encontraron  a un fatasma que se llamaba Blobin y entonces les dijo que le acompañaría pero también convencieron al gato maullido que aun que era muy perezozo decidió ir, pero antes cogieron unos experimentos de la bruja y cuando estaban saliendo del jardín de la bruja, unas ramas crecieron y crecieron y no pudieron salir así que cojieron un experimento de la bruja y lo lanzaron allí y todos los troncos de árboles explotaron. Pero eso escuchó Shack y ellos se fueron corriendo, corriendo, corriendo... corriendo y corriendo y recorriendo hasta que sin darse cuenta todos se tropezaron con una gran piedra y cayeron a un lago hasta que Borry dijo: No deberíamos habernos ido tan lejos de la casa y alguien les estaba arrastrando a la orilla del lago y los arrastró y arrastró hasta una cueva y vieron a un murciélago y les dijo que se llamaba Devis  y en un pis pás se convirtió en un niño y les dijo que era un niño drácula y que él sabía como regresar a su casa y fueron al Hotel Transilvania allí encontraron una varita y les dijo que la sacudieron y la sacudieron y pis pas pis pos pus pero no pasó nada hasta que Devis dijo: Hijos levántense y se despertaron. y se dieron cuenta que todo había sido un sueño. Pero cuando ellos bajaron se dieron cuenta que la varita estaba justo en la mano de Borry que se quedó boquiabierto, y FIN.

Cuento de Íomar Gonzales Gómez
8 años. 
11:31 am
10/10/2018

sábado, 6 de octubre de 2018

EDUARDO EL GUEPARDO

Eduardo, era un guepardo hermosísimo, el más veloz de todos los guepardos de la sabana. Sus amigos lo querían y lo respetaban muchísimo. A pesar de que sabían que siempre ganaba las carreras les gustaba correr y competir con él, porque él no se jactaba de su talento sino que les mostraba con el ejemplo que para lograr su objetivo hacía lo que más le gustaba, correr.
El disfrutaba correr, que el viento lo acariciara y lo alentara a vencer.
Eduardo, el guepardo era feliz desafiándose a sí mismo, corriendo y venciéndose a sí mismo en velocidad y sus amigos eran felices con él, disfrutaban verlo en las carreras y también verlo ganar porque lo merecía. Pero había algo que Eduardo el guepardo no sabía hacer y solo él lo sabía. Un día mientras competía en una de las carreras, Eduardo cayó estrepitosamente y todos se quedaron inmóviles ante ese suceso, todos se quedaron en silencio y Eduardo solo miró alrededor e hizo una mueca de dolor pero se levantó, cojeando avanzó, avanzó hasta la meta. Todos "despertaron"  de pronto y continuaron la carrera. Lita, la Chita, llegó ese día en primer lugar a la meta, seguida de Leonardo el otro guepardo más veloz  de la sabana y juntos esperaron a su compañero de carreras muy apesadumbrados por el episodio. Ni una lágrima había asomado a Eduardo, tenía clavada en la pata una espina del tamaño de un lápiz nuevo, se notaba en su cara el dolor más grande, pero no lloró. Se despidió de todos levantando la pata con la espina clavada y se fue a su guarida. Su mamá lo recibió y se puso a llorar al verlo sangrar profusamente, era una herida enorme pues se clavó casi al empezar la carrera pero a pesar del dolor que ya sintío avanzó, hasta que no pudo, la espina había llegado a una vena. Eduardo miró a su mamá con gran pena, (No se lo dijo, pero pensó: ¿Ahora quién iba a cazar para ellos si mamá después que cayó a un trampa perdió una de sus patas? y gimió abrazando a su madre hasta que se quedó dormido escuchando de cerca sus latidos. Amaba esos latidos, los conocía desde antes de nacer. Así avanzaron los siete días de una semana, Eduardo no salió en esos días. Cómo eran tan generosos y buenos, él y su madre, sus amigos se pusieron e acuerdo con sus madres luego de contarles acerca de lo sucedido y todos llevaban turnándose parte de lo que cazaban diariamente. Esa semana fue muy triste para él, no podía correr, no podía ayudar a mamá y no podía ver a Lita, la chita que le gustaba. Eduardo quería llorar, pero no podía, se desesperaba escondido en su cuarto y sufría. Desde muy pequeño le habían dicho que los machos no lloran y él no lo hacía aunque quería llorar muchas veces, había pasado ya a su corta edad muchos episodios muy tristes en su vida, aunque a pesar de todo siempre era muy optimista y salía adelante con su gran mamá. Ahora quería llorar de impotencia porque no podía ayudarla. Pero Tita y Eduardo habían sembrado tanto amor en su sabana que recibieron la generosa y merecida ayuda de su manada, sin embargo Eduardo ahora respiraba tristeza. Sus lágrimas se habían cansado de esperar que las dejen salir por sus ojos. Algunas de ellas se escapaban a través de su piel como sudor durante sus carreras pero ahora no corría, solo sufría. Un día escuchó a Lita gritar y no aguantó más, olvidó su dolor, se quitó la venda de la pata y corrió y corrió, hasta que la encontró tirada y sangrando como su mamá un día, no sabía que hacer y solo rugió y rugió sin parar, quería llorar y otra vez no pudo, hasta que el gran Medardo llegó y al ver a su hija, dio un rugido feroz y lloró, tristísimo y desconsolado. Eduardo al ver la desgarradora escena, al ver que el padre de Lita lloraba amargamente por verla así, en un acto de valentía Eduardo por fin dejó escapar a sus lágrimas, gracias a Medardo y se abalanzó sobre la trampa que aprisionaba a Lita y con sus hocico tras muchas trompadas logró debilitarla y ella salió por fin, adolorida pero feliz, se abrazaron los tres guepardos y  lloraron de felicidad.   regresaron Regresaron a sus guaridas con la cara lavada por lágrimas de amor. Otra semana pasó. Lita se curó y Eduardo también. Ahora ya ambos podían correr y Eduardo ahora ya podía llorar cuando fuese necesario, en la tristeza, en la enfermedad y también de felicidad.  <3 

Derechos reservados: Ketty Maritza Gómez Alarcón
Lima, Perú.
https://www.nationalgeographic.es/animales/guepardo

martes, 2 de octubre de 2018

LUCIA LA GACELA

Lucía la gacela llegó a su casa muy triste, pero muy segura de sí misma, cogió su escoba, una cubeta y el recogedor de basura y se fue derechito al gran parque.  Llegó y empezó a barrer, allí donde ella había jugado desde niña con sus padres y sus hermanas gacelas. Barría y barría, recogía y recogía, juntaba y juntaba la BASURA, la que habían dejado otros animalitos que ni siquiera vivían por allí. 
Se preguntaba porque no se llevaban también su basura junto a la felicidad que les había dado el parque y su dolor se transformó en rencor. Estaba muy molesta, porque su parque se veía sucio y descuidado, habían flores tiradas y pisadas en las veredas y no era justo. Si el parque les daba sentimientos hermosos:  paz, felicidad y alegría, porque esas mismas personas que disfrutaban de esos regalos lo maltrataban dejando tanta suciedad: botellas vacías, cáscaras de frutas, chicles masticados, envolturas de galletas, caramelos y demás. ¿Por qué? Y entonces no pudo más. ¡Gritóooooooooo, gritóooooooooo, gritóoooooooooooooooooooo! ¡Noooooooooooooooooooooo! ¡Bastaaaaaaaaaaaaa! ¡Dejen de ensuciar! ¡Ponganse a limpiar! pero nadie la oyó. Un doloroso eco regresó a su corazón y se quedó de rodillas con el recogedor en la mano. De pronto sintió un golpecito en el cuello y volteó a ver quien era, era Mamá Graciela que traía otra escoba más, la abrazó muy fuerte, le dio un beso en la frente y sin decir más la ayudó a terminar de limpiar. 
Cuando volvieron a casa, encontraron muchas cartas de colores,con decenas de ¡GRACIAS! Ya no ensuciaremos más. ¡Perdónanos! Hicimos mal, no volverá a pasar y se sintió feliz, comprendida, apoyada, reconfortada. Al día siguiente la llamaron a jugar, pero antes limpiaron algunas cosas que dejaron tiradas la noche anterior y prometieron que todas y no solo una el gran parque iban a cuidar y se pusieron luego a cantar.

"El gran parque cuidaremos,
porque en él jugaremos,
no es un sucio basurero,
es amigo y bellas cosas te dará" ...

Derechos reservados
Autora: Ketty Maritza Gómez Alarcón
Lima, Perú.


EL CONEJO REQUEJO

Requejo era un conejo muy llamativo y muy querido por ser tan creativo, tenía dos hermosas y laaaargas orejas y por eso sabía escuchar. Todos los animales del bosque lo buscaban para contarle sus aventuras o algo que no querían confiarle a nadie más. Requejo era algo tímido pero su corazón era enorme y luego de escucharlos muy atento y respetuosamente dibujaba para sus amigos sus historias y personajes favoritos que parecían hablar por él. El amaba dibujar.  Por su forma de ser todos lo llamaban "El amigo elegido" elegido para contarles sus cosas. (A él lo elegían porque en el podían confiar) 

Un día cuando la luna comenzó a brillar, Requejo sacó de una hermosa cajita turqueza sus lápices mágicos y empezó a dibujarla feliz. No le tomó mucho tiempo porque ya había estado pensando como dibujarla hacía mucho tiempo, ya tenía hechos algunos bosquejos, hacía bocetos en todos sus cuadernos de la escuela. En su dibujo la Luna era una cuna de cristal muy bella  que mecía los corazones de seda de los seres de toda la tierra y para alumbrarla con luces eternas había una veintena de estrellas doradas como el sol. De pronto escuchó que en su puerta tocaban con buen son, tin tan, tin ton, era el Oso Carusso que había perdido hace días su corazón azul. Fue a preguntarle si no lo había visto en la luna durmiendo antes de la época de hibernar. Requejo el conejo, lo hizo pasar, le sirvió un café y una pizza real. Se acomodó en su negra hamaca con dibujos de búhos multicolores y le invitó a sentarse en su gran sillón relleno de suave algodón, el mejor traído desde la zona sur del Perú. Carusso se sentó y apenas lo hizo, lloró con dolor por su corazón, extrañaba sus latidos y sus ganas de abrazar a todos porque la había perdido. Le contó por horas donde estuvo para intentar recordar donde lo dejó la última vez, hasta que se quedó dormido. 
Requejo, lo abrigó con su mantita azul pintada de estrellas, le puso un almohadón en forma de pera y salió. (Requejo tenía una colección de almohadones y cojines en forma de frutas y a ti ¿queé fruta de gusta?) Las horas acariciaban sus pestañas y temía que el sueño lo pueda vencer, así que dibujó una planta de café y un pequeño molino para preparar luego algo que lo reanimaría para seguir en la búsqueda del corazón de su buen amigo el oso Carusso. Ya iba a amanecer cuando escuchó al gallo Cayo, anunciar que ya eran las 6 de la mañana y se dispuso a volver. Cuando abrió la puerta, debajo de ella, en un sobre color perla encontró el corazón azul de su amigo el oso, que al final resultó que él mismo se lo había enviado a la Osa Brisa y que de tan feliz y enamorado que estaba de ella, lo había olvidado. Requejo despertó  a Carusso y le mostró su corazón lleno de besos de Brisa, quien muy avergonzado le dio las gracias y prometió ser menos olvidadizo. Carusso volvió a su casa y Requejo se quedó en la suya dibujando a Carusso y Brissa mirando la luna y las estrellas en un almohadón en forma de corazón azul. <3

Derechos reservados
Autora: Ketty Maritza Gómez Alarcón
Lima, Perú.

LA SEÑORA OJOS


La señora Ojos, era una señora lora, muy habladora y cautivadora, muy, muy, muy observadora, tanto que parecía que tenía ojos hasta en las plumas. La señora Ojos vestía siempre de colores muy vivos: que él rojo escarlata, que el verde limón, que amarillo vivo y azul tornasol, chispas de naranja y en el corazón una blanca nevada pues era paz y amor. Tenía un lorito pequeñito, menudito, muy tierno y bonito, su plumaje tenía todos los colores del bosque y del mundo conocido, desde el rojo amor, el amarillo sol, el marrón tierra húmeda, hasta el celeste mar pacífico. Con  él  mami Ojos a todas horas "reía y hablaba sin parar, de todo un poquito y de aquí para allá". Un día Ojitos, se propuso volar y aunque Mamá Ojos temía que se pueda dañar,  no dijo, no  hijo. (no lo quería asustar). 

Entonces sugirió una agenda para apuntar que días y a que horas iban a practicar. La compraría  en la tarde después de almorzar, lo dejó en la escuela y se fue a trabajar. 

Pasaron las horas en el gran reloj y la señora Ojos recogió a Ojitos y juntos volvieron a su hogar, le tenía una sorpresa, un cuadernito de hojas de nogal, que en la tapa dura en un dibujito escribía el Principito, el personaje de su libro favorito los días de la semana: Lunes, Martes, Miércoles, Jueves, Viernes, Sábado, Domingo. Se sentaron a la mesa y le abrió la primera hoja y se puso a pensar en que horario le iba a enseñar a volar, estaba preocupada ya casi no le quedaban horas si quería descansar, mientras su hijito comía sus lechugas, cuando terminó Ojitos no quiso esperar más, miraba al cielo, miraba a su hogar, y algo lo llamaba insistente a volar, a volar y no lo pensó más. Mientras mami Ojos pensaba en agendar, ya Ojitos empezó su marcha hacia el árbol búho muy determinado y abanicándose con sus nacientes plumas y no escuchó cuando mami Ojos lo llamó para decirle que días iban a practicar.  Le pidió al papá de su amigo mono, Roly, que lo llevase a la copa del árbol pues ya se sentía listo para su primer vuelo. El Señor Rolo no quiso llevarlo pero fue tanta la insistencia de Ojitos que accedió y lo llevó en su espalda hasta la cima del árbol y allí se quedó, mirando todo el bosque que mamá ya conocía muy bien y que él también quería conocer... Sintió su corazón latir muy rápido y cerró los ojos y se dejó caer, el viento acarició bruscamente su cuerpecito y cayó rapidísimo, se rompió un ala y cuando despertó ya estaba en casa y mamá lloraba  con sus grandes ojos, tristísima, desconsolada, a su lado. 

Ojitos pudo reconocer a su mamá y se disculpó y le dijo que nunca más volvería a volar. Mamá Ojos lo llenó de picobesos y le dijo que ahora más que nunca él debía volar, porque él había nacido para eso, pero que ella le explicaría como hacerlo, porque  ella también aprendió de la abuela Cejas y que él le permitiera guíarlo y protegerlo hasta que aprendiera a hacerlo. Le pidió disculpas por no haberse dado el tiempo para explicarle que debía hacer lo más pronto, pues su trabajo la tenía muy ocupada, pero que mientras el se reponía le enseñaría la teoría y que apenas curara su alita empezarían su primera clase de vuelo. Ojitos a pesar de su miedo aceptó y prometió ser más paciente y coordinar con mamá la próxima vez lo que quería hacer, por lo menos hasta que tenga la edad suficiente para tomar sus propias decisiones. 

A la semana siguiente, Ojitos y la señora Ojos, ya estaban subidos al pie de un árbol de avellanas, con sus alas de colores arcoiris extendidas a más no poder y señalando este y oeste se lanzaron felices a volar, a volar, A VOLAR. (Ya nada ni nadie los iban a parar e impedir que logren sus sueños, ni siquiera ellos mismos)

Derechos reservados
Autora: Ketty Maritza Gómez Alarcón
Lima, Perú.

viernes, 28 de septiembre de 2018

DARÍO EL RUISEÑOR


Sobre la campana, allí estaba Darío. Otra vez solitario, luego de escuchar las doce campanadas que daban por terminado el tiempo establecido. Y él estaba nuevamente allí, a pesar del frío intenso con  su objetivo cumplido. Taciturno, meditabundo, pensativo. Con la cabeza mirando al infinito, casi inmóvil y con los ojos fijos,  Darío, era, es y será el ruiseñor más bello en el mundo conocido. 

Aquella tarde él regresó de un largo vuelo, extenuado, cansado de volar y volar por los prados casi cerca del suelo buscando las semillas que debía guardar. Darío era bueno, hasta hallarlas todas no podía descansar, y ese día ni ningún otro debía fallar. ¿Dónde se habrían escondido las semillas tan rápido que no las podía como otros día tan fácilmente encontrar? Darío buscaba, buscaba sin cesar, y una a una empezó a juntar sin perder la esperanza que tenían que estar todas en el nido como le enseñó mamá. Con mucho trabajo y con sus doce semillas, se puso a cantar tan alto tan fuerte y tan triste que me puse a llorar porque el pobre Darío entendió que moría poco a poco ese prado que  con mucho esfuerzo lucharon ellos por conservar, solo porque hay hombres que prefieren ganar riquezas a costa de su bello hogar. Un árbol quedaba y él sabía ya que pronto nada iba a quedar, guardó las semillas y empezó a pensar a donde iba a viajar llevando las últimas semillas que pudo juntar. Cuando escuches doce campanadas en cualquier lugar, recuerda a Darío y recuerda sembrar...

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Autora: Ketty Maritza Gómez Alarcón
Lima, Perú.

TOTI LA TORTUGA


Toti la tortuga, era una tortuga, una sin igual. Le gustaba dar paseos largos a cualquier lugar. Cuando caminaba le gustaba contar: Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez...y así sucesivamente al derecho y al revés. De todos los lugares a donde quería llegar, su destino favorito era el mar, el grande, extenso, amplio, tremendo mar. Allí se sentaba a mirar por horas su inmensidad y antes de irse, de su pequeño morral sacaba un diario y escribía ¿no sé qué?, cada vez que iba.  A Toti la tortuga le gustaba pasear, no llevaba prisa solo quería disfrutar, observar, escuchar, sentir que estaba viva y que podía respirar sin cesar. Toti estaba hecha de sueños sin par, de arena colorida, de letras infinitas  y de dicha y de paz. A Toti la tortuga le gustaba soñar en un mundo de antojos, de risas y más. Toti la tortuga reía sin parar y su alegre risita te podía contagiar. Toti la tortuga, era una tortuga, una sin igual.  Ella solo quería para ella y para todos amor, amor y paz. Toti la tortuga me enseñó a amar...

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